Es una pregunta frecuente en charlas para padres y profesores en escuelas. ¿Cómo acompañar a nuestros hijos en el uso adecuado de redes sociales? ¿Cómo hacer un uso de las mismas que conduzca al aprendizaje? ¿Es necesario dominar las tecnologías?
Mi respuesta ha variado con el tiempo, desde un primer momento de “éxtasis” tecnológico hasta la realización de que es lo humano, siempre, lo que importa en cuanto al uso de cualquier tecnología. En este sentido repito a menudo que lo que los padres y profesores debemos hacer, en primer e irrenunciable lugar, es ser eso mismo. Padres en el sentido de transmitir y dar ejemplo en cuanto a los valores y la educación emocional que queremos en nuestros hijos, profesores en el sentido de ayudar, cada cual en nuestra especialidad, a dar sentido, a contextualizar, a dar profundidad, a filtrar, la infinita información sobre cada materia existente en internet.
La frase se repite en múltiples conferencias y entrevistas: “Prefiero un profesor sabio en su materia que no domine las herramientas tecnológicas que todo lo contrario”. También, ante cualquier dilema moral o ético prefiero padres y profesores íntegros y con fuertes valores que “techies” que usen fantásticamente las herramientas pero sin un rumbo determinado.
Escribo esta entrada, sin embargo, para alertar de algo que considero también fundamental: también es indispensable cierta apertura mental, la comprensión de que se trata de un ecosistema vital distinto pero con enormes posibilidades y en un estado ideal de cosas, cierta familiaridad o dominio del medio.
No es que nada de lo humano sea especialmente nuevo en internet, de forma que cualquier problema puede tratarse estableciendo paralelismos con el mundo offline (el bullying, como manido ejemplo, ocurría también en las plazas de tierra y cemento del mundo offline). Si bien es cierto que la comunicación en red aporta matices y puede incrementar la gravedad de algunos temas (en el caso del ciberbullying, es cierto que puede cobrar una gravedad especial cuando en la red puede ocurrir 24 horas al día, 7 días a la semana y con un alcance social de la posible burla mucho mayor), las soluciones en cuanto a inteligencia emocional, integridad ética, valores que movilizar en cada situación, son muy parecidas o idénticas a las que poníamos en marcha en el mundo pre-internet.
Pero no son los jóvenes los que saben eso. Somos los adultos los que debemos establecer las comparaciones, dando consejos y prestando un soporte emocional par aquellas situaciones que aprendimos durante nuestro proceso de socialización, sin complejos ni miedos. Porque repito de nuevo, no hemos dejado de ser, debemos ser, más que nunca sus guías en cuanto a criterio y valores. No es indispensable dominar la tecnología para todo ello, pero sí resulta tremendamente útil. Y es que el problema es que muchos jóvenes no identifican a sus padres, profesores, etc. como habitantes de ese mundo, desconociendo además esos paralelismos que pueden hacerse. Se manifiestan “huérfanos digitales” en el sentido de que dicen no tener a quién acudir, si sus referentes desconocen el medio, cuando tienen problemas o dudas de criterio o valores, en internet.
Es por eso que vale la pena formarnos, convertirnos en usuarios activos de redes, interactuar con ellos (sin invadirles), borrar de la mente de nuestros jóvenes la idea de que se trata de problemáticas que solamente ellos pueden entender. No necesitan, normalmente, ayuda tecnológica (en eso son mejores que nosotros) y no es en ese sentido instrumental en el que les podemos ser útiles, pero surgen de las redes problemas en las relaciones humanas que no son nuevos y necesitan de la atención del adulto en muchos momentos. No podemos esperar que sean ellos, si nos ven alejados del medio, los que detecten el valor atemporal de nuestro soporte.
Como profesores, además, diría que la pérdida es también personal. Si nos apasiona nuestra especialidad, son muchas las posibilidades y recursos que aparecen gracias a las tecnologías y podemos perdernos la oportunidad de que sean ellos mismos quienes nos los muestren si nos ven demasiado alejados de su mundo.
Os sonará la idea que transmito desde hace tiempo: estamos ante unas tecnologías tremendamente potentes para cambiar lo que somos, como individuos y humanidad, en el sentido de convertirnos, educar a nuestros jóvenes en superhéroes, artífices de una sociedad mucho mejor, o supervillanos, si les / nos alineamos con las tremendas posibilidades destructivas también del fenómeno. Cultura y valores son nuestra garantía de que todo esto llegue a buen puerto y en ello debemos ser más responsables que nunca. Lo haremos mejor, sin duda, si perdemos el miedo a las tecnologías y las abrazamos como formas de entender mejor a nuestros jóvenes, de ser lo que estos necesitan, mejores padres, maestros, que nunca.
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Todo padre, docente y líder juvenil debe leer éste artículo.