Dejo columna de opinión al artículo Espacios libres de niños, que aportaba Gabriela Fretes, colaboradora habitual en El caparazón, en El País de hoy:
Normalidad
La proliferación de establecimientos turísticos en los que no se admiten menores parece responder a la especialización de la oferta turística, para cubrir necesidades e intereses particulares. Estando o no de acuerdo, podemos preguntarnos: ¿qué particularidades tienen nuestros ciudadanos más pequeños que molestan a los mayores? ¿Somos intolerantes los adultos ante los niños? La prohibición de fumar en establecimientos cerrados responde a la protección de la salud, pero en el caso de la no admisión de niños, ¿cómo se justifica? Los establecimientos arguyen que así promueven el descanso y la tranquilidad de los huéspedes.
Un niño no es un adulto en pequeño formato, sino un ser en construcción que difiere del adulto en características, intereses y necesidades. Lo más visible y potencialmente molesto para los adultos es el comportamiento de los niños cuando este se aleja de la etiqueta social (adulta, claro). No estoy hablando de problemas graves de conducta, sino de la normalidad. El bebé se expresará mediante el llanto para reclamar alimento, afecto… a cualquier hora, lo que puede molestar a un padre o madre, pero desesperar al huésped de la habitación colindante. O el preescolar podrá expresar su descontento con la comida con una rabieta monumental. No es de extrañar que la convivencia en un mismo espacio conlleve fricciones, y más entre adultos sin vínculo afectivo con los menores. Posiblemente, en épocas anteriores la educación restrictiva aplacaba estas reacciones emocionales naturales.
Algo a tener en cuenta también es la inadecuación de los espacios para los pequeños. Por ejemplo, si el hotel no dispone de un lugar de juegos será más probable que el niño de aburra y moleste, por su capacidad limitada de canalizar su disconfort. Adecuando el contexto se evitarían conflictos.
Por otro lado, el hecho de que parejas de padres deseen “desconectar de los niños” parece una necesidad cada vez mayor que puede ser cubierta en un hotel solo para adultos y que quizás esté alimentada por la estresante vida cotidiana, aunque también por la menor tolerancia a la dependencia que muestra el niño.
Hay que conocer más las peculiaridades de los niños, de sus ritmos, para poder acompañarlos en su crecimiento y respetarlos, a quienes les interese y en los espacios adecuados.
Gabriela Fretes Torruella es psicóloga y psicopedagoga.
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No creo q ara por los niños… Es culpa de los padres que se “toman un respiro” de los niños y los dejan asalvajados que corran, griten y molesten a todo el mundo como si la cosa no fuese con ellos. Lo veo a diario, igual que los dejan jugar en espacios no habilitados y sin controlar donde están, corriendo riesgos que no quiero ni mencionar… Con los abuelos esto no pasa…
La libertad de uno termina donde empieza la de otro.
Todavía recuerdo con pavor la experiencia de dos noches en un hotel rodeado de jovencitos/as universitarios que organizaron varios reality shows en apenas ocho horas (por noche).
¿Habría que prohibirles la pernoctación con un cartel proporcionalmente mayor? Lo cierto es que la empresa no estaba dispuesta ni a pedirles silencio; pagan, mandan.
Da la impresión de que una parte de la sociedad no se da cuenta de lo irresponsable que es; y tampoco quiere saberlo. España está muy por debajo del mínimo: no tenemos recambio que nos pague las pensiones. Tampoco quiero obligar a procrear. La opción de no tener hijos/as es perfectamente libre; pero no puede crearse una sociedad paralela más allá de la lógica (en las discotecas no hay niños, pero nadie se queja por eso).
El asunto merece una iniciativa ciudadana que exija proteger derechos fundamentales contra cualquier especie de discriminación. Gracias por encender la mecha.
Yo me crié bajo la atenta mirada de mi madre, ama de casa, y con una educación clara y contundente parental seguida de la escolar. Ahora puedo ver cómo la volátil educación que proporcionan las parejas actuales se diluye entre los distintos actores que participan (abuelos, tios cuidadoras, etc.). Educación que además está gravemente mermada por la culpabilidad y cansancio parental de estar más horas trabajando que con sus hijos.
Resultado: un niño caprichoso, consentido, maleducado y futuro de este pais que ni sus padres aguantan.
Si por estos motivos no quiero tener niños ¿por qué tengo que aguantar las rabietas de esos hijos malcriados?
Es muy acertado a mi entender la pedagogía de Gabriela, convivencia, resoonsabilidad de los padres. Y entiendo también a aquellos que desen ir a lugares sin niños, aunque no está todo garantizado porque tambié te puedes topar con adultos poco respetuosos con sus conversaciones de móvi, ec., un cordial saludo!
Inma, yo no lo habría expresado mejor
quizás no serían necesarios si nos aplicaramos más educación, tolerancia y respeto.