No hace falta ir demasiado lejos para recordar cómo de sensibles al contexto social se muestran los niños y adolescentes. Se tiende, además, a excluir a determinados individuos cuando se forman grupos, provocando el consiguiente sufrimiento.
Pues bien… una interesante investigación reciente, que instaba a niños y adolescentes a recordar las veces en las que excluyen y los motivos por los que lo hacen, revelaba algunas claves de prevención y tratamiento de la exclusión social.
Por ejemplo parece que existen importantes diferencias según edad: los más jóvenes dicen no tener elección cuando excluyen a otros y lo hacen por simples razones prácticas, como “El juego en cuestión debe jugarse entre cuatro y el quinto no tiene cabida” o “mi amigo no quería que el otro jugase”. En general intentan aparentar inocencia, a pesar de que la observación de su comportamiento desvela que los más jóvenes dejan fuera a otros a menudo de forma deliberada.
Con 17 años, sin embargo, se dan razones más concienzudas por las que no se siente afinidad con la persona que se excluye: “No la invitamos porque no piensa como nosotros”, resultó ser un comentario típico que mostraba cómo los grupos se definen mediante mecanismos de identificación y diferenciación tempranos.
En vista de los resultados puede que la clave para la no discriminación esté, ni más ni menos, en evitar el comportamiento excesivamente gregario de los más pequeños, en la educación de la responsabilidad y la independencia de criterio. Si enseñamos a los jóvenes a ser dueños de sus propios actos, dada la incapacidad que manifiestan para ello, quizás podamos mejorar el aspecto del mobbing, acoso escolar y el resto de problemáticas asociadas al tema que nos ocupa. Todo parece favorable, dado que en positivo, cuando preguntamos a los adolescentes sí se muestran conscientes de las consecuencias de su conducta, como que la persona rechazada pueda no querer ser amiga en un futuro.
También parece que se intenta no pensar mucho en el asunto, estrategia que según los investigadores sirve para acallar la conciencia sobre las consecuencias emocionales de la exclusión. En muchos casos incluso se mencionan sentimientos de culpabilidad cuando se participa, a cualquier edad y por cualquier motivo, sea por la presión de los pares o alegando causas, en la exclusión de otros.
Holly E. Recchiaa,, Beverly A. Brehlb,, & Cecilia Wainrybc (2012). Excesiva sociabilidad y discriminación en la adolescencia Cognitive Development DOI: 10.1016/j.cogdev.2012.02.005
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Lamentablemente, Dolores, este relato me resulta familiar en mi contexto próximo en Argentina, BUE. Lo escucho en mis hijas de 10 y 15 años y por distintos motivos. Escapa a mi poder de entendimiento. Resulta un trabajo cotidiano charlar sobre estas situaciones y que traten de comprender que siempre se trata de sumar,no de realizar “alianzas pequeñas” en contra de un tercero. Eso sólo nos resta como seres humanos. A veces, sentís que luchás contra una gran vorágine de mensajes y acciones que en otros tiempos no eran tan “moneda corriente”.Pero es nuestro desafío como padres, como educadores. Un aprendizaje más. Te dejo un beso y un gracias por acercarnos información valiosa, como siempre
Vivimos en una sociedad neurótica e histérica cuya educación se basa en el miedo. El clima emocional de nuestra sociedad se carga directamente de la negatividad que la TV y otros medios de comunicación emiten constantemente. Los adultos hemos adoptado el rol de transmisores de este medio, perpetuando el statu quo generación tras generación. La escuela es un artefacto social de vital importancia donde se cultiva este mismo caldo.
En este contexto, los niñxs y adolescentes tienen pocas posibilidades de escaparse. Aprehenden esta realidad que, con o sin intención (no es la cuestión), nos empeñamos en transmitir a través de nuestros actos, nuestra pobre gestión emocional…
La clave para la no-discriminación es, a mi modo de ver, algo más compleja ya que requiere de la concienciación previa por parte de la sociedad a esos patrones de interacción que hemos habituado en nuestra vidas. La sutilidad de los mismos es nuestro peor enemigo, ya que los hábitos tienden a hacerse inconscientes en nuestras mentes.
En el mismo sentido, la implementación de la educación emocional en las aulas (como un aprendizaje transversal a todas las asignaturas, ciclos y etapas de la educación) puede ser otra de las claves para atajar estas problemáticas. Programas desconectados que trabajen directamente con el bullying y similares no son sino parches cuyos efectos no superan el corto plazo (por tanto, inefectivos). Hay que atajar de raíz.
Dixit :)