Dejo algunos párrafos del excelente artículo que escribía Cristina Sáez para La Vanguardia, entrevistándome junto a otros sobre el espinoso y actual (tiempo de Selectividades en España…) tema de los exámenes:
“No lo conseguiré”, “voy a suspender”, “no me acuerdo de nada”, “nunca me sacaré la carrera”. Son algunos de los mantras que más repiten los alumnos cuando se acerca la época de exámenes. Nervios, estrés y ansiedad que en dos de cada diez estudiantes puede desembocar en fracaso escolar.
Se calcula que eso le ocurre a un segmento de estudiantes de entre el 15 y el 25%. Aún peor: esa ansiedad puede acabar afectando a otras situaciones cotidianas en que el adolescente y más tarde el adulto crea que está siendo evaluado, desde una presentación en clase hasta una entrevista de trabajo o la defensa de un proyecto. Cuando esta emoción se prolonga mucho en el tiempo, puede llevar a una autoestima reducida y socavar la motivación para estudiar y acudir a la escuela, o la universidad, en el caso de los más jóvenes, y para desarrollar un puesto de trabajo o presentarse a oposiciones en los adultos.
Recientes investigaciones sobre ciencias cognitivas y psicología están proporcionando una mejor comprensión sobre el binomio estrés y rendimiento. Se sabe que una ansiedad moderada puede mejorar nuestra productividad, pero que, en cambio, cuando es elevada y sostenida en el tiempo, puede abocar al fracaso. Conocer mejor esa relación permite a los neurocientíficos, docentes y psicólogos desarrollar estrategias que ayuden a afrontar esos miedos.
NERVIOS, LOS JUSTOS
La ansiedad y el estrés ante una prueba comienzan en la escuela.“Una de mis alumnas de segundo de bachillerato se pone muy nerviosa cuando tiene que hacer un examen. Suele sacar notas muy bajas a pesar de que ha estudiado. Si me la encuentro por el pasillo y le pregunto, de forma distendida, informal, me doy cuenta de que se lo sabe todo”, explica Paula Villegas, profesora de tecnología en un instituto. “Intento antes del examen hacer con ella ejercicios de respiración y de relajación, y parece que le hacen sentir mejor”, añade.
También hay algunos centros que hacen ejercicios colectivos para aplacar nervios. Y esas soluciones en la mayoría de ocasiones son simples y efectivas. No en todas. En Estados Unidos, se están tomando muy en serio la ansiedad relacionada con los tests y en numerosos centros escolares montan verdaderas campañas para ayudar a los niños y adolescentes a desmontar los miedos al examinarse. Y no sólo por su salud, sino también por el ingente gasto que supone el fracaso escolar para la sociedad en general.
En algunos casos, esa ansiedad continúa en la edad adulta. “Es una emoción muy situacional –explica la psicóloga social Dolors Reig–. Normalmente, el estrés emocional suele provocarse en situaciones en que creemos que nos están valorando. Por ejemplo, ante un examen o cuando tenemos que interactuar con otras personas o hablar en público o dar una conferencia. Podemos sentirnos muy nerviosos en esas situaciones y, en cambio, pongamos por caso en un atasco, en el que todo el mundo pita y pierde los estribos, estar tranquilos. Las entrevistas de trabajo conllevan mucha ansiedad; y en ellas habitualmente se está evaluando más si la persona se pone o no nerviosa que si realmente luego hará bien su trabajo”.
En EE.UU., psicólogos, pedagogos y profesores se han puesto manos a la obra. En el caso de los estudiantes, hablan con los muchachos durante el curso acerca de sus preocupaciones, intentando quitarles hierro y mostrarles una perspectiva más positiva. Realizan pequeños talleres para enseñarles a sobrellevar sus emociones e incluso el día del examen, en algunos institutos, les reparten lápices con mensajes como ‘tú puedes’, ‘venga, puedes conseguirlo’, ‘aprobarás’. Estrategias muy útiles cuando crezcan y tengan que enfrentarse a otro tipo de pruebas.
Que sintamos ansiedad ante un test no es negativo. Son emociones básicas que suelen aparecer como respuesta a una situación de peligro o amenaza. Para un cazador en el paleolítico era muy útil sentir ansiedad al escuchar un ruido a su espalda: podía ser una bestia a punto de atacarle o un compañero del grupo. Esa emoción le preparaba para dar una respuesta rápida, bien fuera salir pitando o enfrentarse al peligro. De ahí que esas emociones se hayan mantenido como una estrategia adaptativa evolutiva. Cuando sentimos estrés, aumenta la frecuencia cardíaca para bombear más sangre al cerebro, a los pulmones y a los músculos, lo que a su vez aumenta la capacidad de concentración y la velocidad de reacción. Una activación del sistema nervioso es beneficiosa, puesto que nos hace estar más alerta, atentos, preparados, y se ha visto que es capaz de mejorar nuestro rendimiento en una tarea. Dolors Reig, al frente del influyente blog El Caparazón Dreig.eu/caparazon), explica que cuando asistimos a una conferencia o estamos en una clase un tanto aburrida, tendemos a dibujar garabatos en algún papel. Según esta psicóloga social, esto es para elevar el nivel de ansiedad. El hecho de coger el bolígrafo y estar pintarrajeando ayuda a mantener la atención. “Un poco de activación siempre es buena. Mucha nos acaba bloqueando”, puntualiza.
Los primeros que hablaron sobre la relación entre ansiedad y rendimiento fueron los psicólogos Robert Yerkes y John Dodson, en 1908, cuando trazaron una curva en la que relacionaban una activación moderada del estrés con un beneficio para la eficiencia. De hecho, cuando tenemos un examen o una entrega de un proyecto encima, solemos aprovechar más el tiempo que cuando nos queda mucho por delante. Pero si aumenta mucho la ansiedad, el rendimiento cae en picado. Más angustia igual a menos estudio y más bloqueo que, a su vez, repercute en angustia.
Que esa ansiedad se prolongue en el tiempo acarrea más problemas. Explica Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y miembro del Instituto de Neurociencias, que “el estrés sostenido es muy malo para el cerebro. Es como si condujéramos un coche. En un momento dado, podemos acelerar para adelantar, pero llevarlo todo rato acelerado acabaría estropeando el motor. Lo mismo pasa con el sistema nervioso emocional. En una situación concreta, puedes tener una emoción para responder a algo. Segregas adrenalina, tu corazón late más deprisa. Eso es normal y es positivo. Si, en cambio, la activación del organismo se mantiene muchas horas durante el día, varios días, subiendo y bajando esa activación, te acabas cargando el motor”. Está comprobado que una situación de presión emocional sostenida puede bloquear la memoria, impedir los procesos de atención y de recuerdo normales. De ahí aquello de “me he quedado en blanco” que sufrimos ante una prueba o al enfrentarnos a una sala llena de personas para dar una conferencia.
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En el mundo estudiantil, la ansiedad y el estrés suele afectar además de a alumnos que no se han preparado como deberían a aquellos que son muy perfeccionistas, autocríticos y autoexigentes, a quienes les importan sobremanera los resultados, según apunta Àngel Casajús, miembro de la red de expertos del Col·legi de Pedagogs de Catalunya. Un ambiente muy competitivo en clase y padres muy exigentes, que les piden a sus hijos más de lo que estos son capaces de conseguir, también son factores que pueden llevar a los chavales a estar angustiados.
“He tenido incluso algún caso de chicos que sacan notas muy por debajo de lo que realmente saben –explica Jordi Sora, profesor de formación profesional–. Habitualmente, el examen no es el problema, sino su autoestima. Observo últimamente a jóvenes sobreprotegidos que no han tenido que tomar decisiones, que han sido otros quienes lo han hecho por ellos a lo largo de su proceso de maduración. Y estos chavales tienen una tolerancia cero a la frustración, miedo a equivocarse, pánico a no saber escoger la mejor de entre todas las respuestas posibles o a buscar autónomamente la palabra justa que responda una cuestión planteada”.
Este tipo de ansiedad suele aparecer a partir de la preadolescencia, que es cuando los chicos van teniendo y valorando un autoconcepto y autocrítica de lo que está bien o mal, y comienzan a ser conscientes de que habrían podido hacer más. Y aunque concierne a los dos sexos por igual, las chicas, considera Casajús, suelen manifestar la ansiedad de manera más abierta, como por ejemplo llorando.Probando, probando, en EE.UU. han visto que hay un método infalible para calmar los ánimos antes de una prueba. Un rato antes del examen, en los centros educativos les hacen escribir sobre cuáles son sus pensamientos, sentimientos. Y aunque pueda parecer a priori que esto debe contribuir aún más al estado de nervios del alumnado, lo cierto es que reduce la cantidad de pensamientos obsesivos del estilo de “no lo conseguiré”. De hecho, es una técnica llamada escritura expresiva que usan muchos psicólogos con las personas que padecen depresión, justamente para detener los mantras poco optimistas. Estrategias que cuando crezcan les pueden ser muy útiles para enfrentarse a cualquier tipo de situación en la que se sientan evaluados.
Sion Beilock ha llevado a cabo un experimento, de hecho, que parece demostrar los beneficios de esta práctica. Escogió a un grupo de chavales que debían hacer los exámenes para entrar en la universidad y se los llevó a su laboratorio. Les hizo escribir acerca de cómo se sentían justo antes de hacer sus exámenes para entrar en la universidad y vio cómo mejoraban sus resultados sustancialmente.En 2012, esta psicóloga publicó un artículo en Science sobre este experimento, en el que explicaba cómo escribir acerca de sus preocupaciones tenía un efecto liberador, de manera que los estudiantes tenían más capacidad intelectual disponible para aplicarla a resolver el examen. “Una intervención corta de escritura que pone la presión causada por las evaluaciones en primer plano, aumenta las probabilidades de excelencia, en lugar de las de suspender bajo presión”, afirmaba. Y al parecer, hacerlos escribir acerca de algo que les guste o motive, como música o deporte, también funciona.
EXÁMENES, ¿SÍ O NO?
“Todos conocemos el caso de algún alumno que ha tenido unas notas medias durante todo el instituto muy buenas y que después en la selectividad sufre una bajada brutal”, cuenta Dolors Reig y prosigue afirmando que es uno de los ejemplos típicos de persona afectada en gran medida por el estrés de los exámenes. “La evaluación le bloquea. La selectividad, un solo día, muchas horas, todo concentrado es una de esas situaciones en que es la propia ansiedad la culpable de la bajada de rendimiento. Eso no quiere decir que luego esa persona no pueda estudiar Medicina y convertirse en un excelente cirujano, y tener mucho temple a la hora de operar. La ansiedad es situacional y es erróneo medir a la gente por si es más ansiosa o menos dependiendo de la situación”.
Para esta psicóloga, en un examen, en una entrevista de trabajo, en una prueba, lo que acabas midiendo es el estrés que siente la persona en esa situación, no los conocimientos que tiene. Es más, este tipo de pruebas resultan perjudiciales para las personas con menos gestión emocional. “Unas oposiciones deberían servir para ver si las personas saben o no. Pero tal y como están planteadas es muy difícil. En el caso de la selectividad, por ejemplo, quizás sería más importante priorizar la media de toda la escolarización y por qué no, el trabajo proactivo. Como ocurre en la universidad, se podría trabajar en proyectos, realizados a lo largo de tres o cuatro meses y no en un solo día intensivo”.
Si los exámenes son o no la mejor forma para evaluar los conocimientos de un alumno es un tema candente de forma recurrente en educación. Y, de hecho, se podría extrapolar a otras pruebas como oposiciones, el MIR que deben pasar los médicos o el BIR de los biólogos. Hay quienes están en contra y apuestan por trabajos y otros quienes defienden esta forma de probar lo que se ha estudiado. Tal vez, en el caso de las entrevistas de trabajo, en lugar de tratar de superar una prueba realizada un día a una hora en concreto, test psicotécnicos, se podría pedir a los candidatos al puesto laboral que realizasen una tarea real. Por ejemplo, en el caso de querer valorar si una persona es un buen diseñador, se le podría pedir que elaborase un par de bocetos para un logo o una web.
Porque, ¿son realmente útiles los exámenes? “En el proceso de enseñanza y aprendizaje tienen un espacio y hay que defenderlo, puesto que ejemplifican el instante en que todo depende de ti y fomentan la superación personal, exactamente igual que hace la vida, aunque con una ventaja incuestionable respecto a la realidad: podemos intentar recuperar si no nos ha ido bien”, opina Jordi Sora, profesor de secundaria, que añade que “como cualquier instrumento educativo, tiene unas finalidades y da unos resultados perfectamente complementarios con otras estrategias de trabajo en el aula: ¿examinarías de escribir poesía? Seguramente no, pero los huesos de la mano se tienen que saber y debes poderlos nombrar cuando estás con un paciente. Por tanto, hay contenidos que tienen que ser memorizados y el examen es una prueba útil para comprobar que se saben y se pueden decir en situaciones de estrés”.
Para Casajús, experto del Col·legi de Pedagogs de Catalunya, “la evaluación tiene que consistir en comprobar el nivel de logro del proceso de enseñanza-aprendizaje. Quizás, lo que el alumno ha aprendido y sabe no queda reflejado en un examen concreto o final. Pero, de todas formas, fuera de la escuela, las pruebas y los exámenes por los que pasará a lo largo de su vida seguro que no son tan benévolos y tendrán que estar preparados para enfrentarse a situaciones de este tipo. Y la escuela prepara para la vida y éste es un aspecto más”.
En fin… que recomiendo leer el artículo completo pero además complementarlo con el excelente video que descubro gracias al también excelente blog de Carme Barba. ¿Usted sabe quién soy? Pues eso… que no vaya a ser que estemos midiendo lo que no toca.
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Excelente artículo. ¡Gracias por compartir!
Considero que este articulo tiene mayor parte de razón cuando hace referencia que un gran porcentaje de estudiantes obtengan calificaciones que no reflejan realmente todo lo trabajado y su capacidad a causa del estrés y la ansiedad que les causa el ser evaluados.
Considero que no solo es el estrés del momento o no haber podido alcanzar el objetivo previsto, sino esto desencadena antes y después varios síntomas los cuales no se les da importancia, tales como, inseguridad, falta de confianza, sudoración, nauseas, falta de apetito, reacciones impulsivas, y un largo listado que hace que pueda desencadenar en un bloqueo mental.
Los profesores deberían atender a estas situaciones, ya que es algo que no solo les afectará dentro del aula, sino en un futuro tendrán que enfrentarse a pruebas/entrevistas en los que el estrés y los nervios estarán a flor de piel, por lo que cualquier docente debe estar preparado para saber guiar y dosificar el estrés de su alumnado.
Como comenta la autora acerca de distintos métodos para calmar los ánimos ante cualquier prueba, reconozco que puede ser de gran ayuda ofrecer al alumnado claves para vencer la ansiedad y el estrés con diversas técnicas antes y durante los exámenes. No es algo que vaya a desaparecer de la noche a la mañana, pero si puede ayudar a controlar situaciones antes de ser evaluado y también otras muchas.