Cuenta Shirly en Cognitive Surplus, su reciente y último libro, la anécdota de una niña que, a medio visionado de una película, se levanta y empieza a buscar detrás del televisor tradicional. Me contaba mi abuelo, cómo no era un comportamiento extraño en los principios de la televisión el de buscar detrás del aparato los personajes, las personas que creíamos ocultas tras las pantallas.
No es extraño así que los divertidos padres de la criatura preguntaran qué andaba buscando. Hoy ha cambiado la respuesta: “Busco el ratón”, la interacción, elementos que acompañan invariablemente las pantallas de hoy.
Comento a menudo en presentaciones cómo son inmensamente más deseables los medios interactivos que aquellos, como la televisión tradicional, relacionados mil veces en múltiples estudios con el aislamiento, la construcción de “castillos de arena” sociales y la infelicidad.
También cómo, en el mismo sentido, está en las nuevas posibilidades de participación una oportunidad única de desarrollo cognitivo individual y social (“los media son el tejido conectivo de la sociedad”, comenta Shirky) de la sociedad postdigital.
Libertad y calidad, sigue, no tienen porque ser elementos en conflicto. Más y más diversos creadores, la bajada de los costes de la comunicación, son elementos que provocan más experimentación y por tanto, más probabilidades de que se cree algo “bueno”.
Concuerda Shirky en que nos gusta, de forma intrínseca e independiente de recompensas externas, como bien muestra el movimiento de prosumidores amateur, participar. Explica incluso experimentos tradicionales en psicología social, como los de la “free choice” de Dezi, que concluyen que la motivación extrinseca hace decrecer la intrínseca incluso a edades tan tempranas e imprevisibles como los 14 meses. Si premiamos cosas que a esas edades se hacen de forma espontánea, terminamos por hacer que se repitan en menor medida.
Deci identifica dos tipos de motivaciones que pueden ser etiquetadas como personales: el deseo de ser autónomos y el deseo de ser competentes.
Concuerda en lo que decíamos hace poco acerca de los videojuegos y la necesidad de que la educación emule su forma de motivar a los jóvenes: los sentimientos de control y competencia que saben (y no sabemos) generar, son importantes elementos en este sentido. También la idea que siempre defendemos acerca del orgullo que produce la auto-producción de conocimiento, de respuestas, en un entorno que lo hace, mediante la remezcla crítica, enormemente más fácil, respondería a la lógica del predominio de la motivación intrínseca.
Somos, en definitiva y como tampoco me canso de repetir en múltiples presentaciones, más sociales de lo que nunca pensamos.
Resultan curiosos, así, a nivel de empatía y para completar aquello que ya sabíamos a partir de los descubrimientos de las neuronas espejo o la sociometría, experimentos como el juego del Ultimatum, que devuelve resultados sorpendentes si cometemos el error de pensar que lo económico, los beneficios extrínsecos, es lo único que nos motiva. Por contra, parece que la justicia social es un elemento importante en nuestras decisiones. Veámos de wikipedia:
El juego del Ultimatum es un juego experimental de economía en el cual dos partes interactúan de manera anónima y sólo una vez, por lo que la reciprocidad no es un problema. El primer jugador propone cómo dividir una determinada suma de dinero con el segundo. Si éste último rechaza la oferta, nadie obtiene nada. En cambio, si la acepta, el primer jugador obtiene lo que propuso y, el segundo, el resto.
La complejidad de la experiencia radica en el mejor resultado a obtener, es decir, ninguno de los dos jugadores preferiría irse con las manos vacías, pero el jugador 1 sabe que si no propone un reparto que beneficie a ambos de igual manera las posibilidades de que el jugador 2 acepte son menores. En contrapartida, el jugador 2 sabe que si acepta el beneficio será para ambos, (en mayor, igual o menor medida dependiendo de la primera elección) por lo que debe elegir si obtiene beneficio o no; a veces es mejor obtener 1 dólar antes que nada, aunque el otro jugador obtenga 99 dólares.
Todas las pruebas que se han hecho de este juego muestran que nunca el que propone el ultimatum consigue abusar del que lo recibe, quién prefiere renunciar a un beneficio pequeño castigando al que pretende obtener un beneficio mayor basado en la decisión racional. En la práctica, en la mayoría de los casos el oferente propone un reparto equitativo y en muchos casos, espontáneamente, ofrece una cantidad superior a la que se reserva.
El juego del ultimatum se usa como evidencia contra las teorías del homo economicus pues muestra que las elecciones sobre criterios de justicia priman sobre las de beneficio.
Shirky analiza en profundidad la relación entre motivación extrínseca e intrínseca. Resulta curioso cómo en determinados casos el establecimiento de multas, de penalizaciones, aumenta la frecuencia con que se produce un determinado comportamiento. Así, pagar por llegar tarde, pagar por ser infieles, ayuda a que nos sintamos más en paz, más justos, más cívicos, elude de algún modo la responsabilidad en favor de un dinero fuertemente arraigado, como valor importante, a nuestra cultura.
En fin… he terminado resumiendo lo que más me ha llamado la atención del último libro del sociólogo pero lo que pretendía era dejaros los que él considera, creo que muy adecuadamente, los elementos fundamentales del éxito, de facilitación de la participación en los social media.
Así, dada su característica principal, su novedad, su impredecibilidad y con el objetivo de crear servicios y comunidades de éxito en la web social, deberíamos:
-Empezar por poco. Es mejor crear algo pequeño y atractivo que algo grande y con defectos.
–Preguntarnos para qué diseñamos la participación. Distintas motivaciones llevan a distintas formas de participación, desde las más intrínsecas, como la autonomía o la competencia hasta las más sociales de pertenencia y generosidad.
En este sentido, el comportamiento sigue a la oportunidad: deberemos crear oportunidades para el comportamiento que queremos conseguir. Shirky recupera así la original idea de Kevin Kelly, la del triunfo de lo default o de cómo los comp0rtamientos previstos o diseñados por defecto en cualquier aplicación, serán los que en mayor medida se reproduzcan y forjen los valores de la herramienta (léase Facebook y su tradicional (by default) falta de respeto por la privacidad). Si conseguimos crear condiciones por defecto hacia una cultura de soporte mútuo probablemente estemos andando el camino adecuado.
–Escala: Fue un elemento esencial en los primeros trabajos de Downes la distinción entre grupos, comunidades, redes. Shirky plantea la diferencia entre un grupo de 12, uno de 100 o los de miles. Para estos últimos la diversidad es un elemento motivacional importante. En cambio, para los más pequeños será la pertenencia, el afecto, la intimidad, lo que sus participantes andan buscando. Algunos de estos elementos mueren si crece el grupo, si va convirtiéndose en red. Es entonces la cultura, la que en grupos medios suple ciertas funciones.
Recordemos la famosa regla 90-9-1 de la participación. La mayoría de lurkers parece más pronunciada en cuanto a grupos grandes, en los que se reproduce el broadcast tradicional y la interacción parece difícil. Proveer oportunidades para pequeñas dosis de participación es más importante que nunca en estos casos.
-Recordemos cómo en sistemas complejos es importante la flexibilidad, la adaptación. Shirky nos recuerda cómo la Wikipedia no era la primera versión de la enciclopedia del pueblo tal y como la conocemos. Tampoco twitter fue pensado para lo que significa en la actualidad. Curiosamente pensada como herramienta de comunicación, especialmente diseñada para la comunicación móvil, todos/as conocemos su evolución y capacidad de adaptación a lo que sus usuarios han querido configurar. Aprender rápido, adaptarse rápido a esas demandas por parte de los usuarios, actualizar versiones de aplicaciones o herramientas cada pocos días y no cada pocos meses (Flickr en sus orígenes resulta un ejemplo clave), como era habitual, son elementos clave del éxito aquí.
-El éxito causa más problemas que el fallo.
-“Laissez Faire”: en cualquier organización o sistema social las normas deben ser proporcionales al valor ofrecido. No tiene sentido plantear muchas normas en sistemas que se pretende que crezcan.
Insiste finalmente en la que también nos ocupa frecuentemente: la necesidad de educar, de dar sentido, de hacer productiva la participación.
Ante un entorno de abundantes respuestas hay que saber formular las preguntas adecuadas. Debemos, en este sentido, potenciar la inteligencia colectiva para intereses comunes y no triviales, distinguir lo “común” de lo comunitario, con un ejemplo que reconoce que ha marcado su pensamiento al respecto de los nuevos medios, que participó con este blog en los premios The Bobs en su última edición y del que también hemos hablado extensamente aquí, Ushahidi.
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Hola Dolors: Me resultó muy instructivo el artículo:
Me gustó lo de la niña buscando el ratón detrás del televisor. Yo, como tu abuelo, detrás de las pantallas sigo buscando a las personas… Pero la necesidad de educar, de dar sentido, de desarrollarnos cognitivamente (individual y socialmente) y divertirnos haciéndolo y crear oportunidades (plataformas) para lo que queremos conseguir, todo eso tiene una motivación que trasciende (y empequeñece) el valor del dinero. Me gustó escucharlo de Shirky, de alguien que sabe.
“Oportunidades para el comportamiento que queremos conseguir”: Si pegas, estás enseñando a pegar. Por la misma regla de tres, la forma en que tú nos enseñas, nos hace más y mejores.
Gracias!
Me parece importante recalcar la importancia de la inteligencia colectiva, de manera muy especial en los países de bajos recursos económicos. Este potencial sería de gran ayuda para encontrar ideas que pueda solucionar problemas de toda índole y así mejorar la calidad de vida de las personas.
Así como han aparecido nuevos conceptos y concepciones deerivadas de la cibercultura, es otra idea que se asocia con las otras relacionadas con el llamado aprendizaje invisible, inteligencia colectiva, mundos virtuales, aprendizaje personalizado, etc., de todo este embrollo, nos deja bastante margen de espacio para re-construir y re-codificar lo que aun no se ha puesto en marcha en las escuelas y en las universidades, sobre todo aquellas de países en desarrollo.