¿Siempre estaremos en crisis, mamá? me preguntaba Gemma, mi hija, hace ya casi dos décadas… y se refería a la crisis económica. Ni siquiera habían llegado el Covid o la amenaza de la guerra.
A pesar de lo que os presento hoy, resumido ya en el titular, sigo pensando que la generación Z es la generación de acero, polarizada en dos extremos que observamos en nuestros jóvenes a diario. O genios que utilizan en edades precoces las tecnologías y los superpoderes asociados a las mismas para crear emprendimientos, canales, iniciativas socialmente útiles (como hemos visto en muchos artículos antes aquí) o masas alienadas, desmotivadas e invisibles que consumen de forma acrítica contenidos estúpidos.
Pero veámos todo ello con más calma:
La Generación de la responsabilidad
Hay mucho en el extremo de lo positivo. Como hemos visto aquí también de forma sobrada al definir las generaciones actuales como las de la responsabilidad, los adolescentes respondieron de forma muy positiva al confinamiento, refugiando su necesidad de socialización, realización y otras en el ámbito de lo digital. Les criticamos después cuando retornaron con entusiasmo a los entornos presenciales, olvidando muy deprisa cómo les hicimos madurar de forma artificial, cómo les exigimos más responsabilidad y durante más tiempo que la que los propios adultos desarrollamos (recordemos que la actividad académica fue la última en retomarse, después de la laboral de sus mayores).
Se muestran también responsables, según los estudios, a múltiples niveles. Así, los jóvenes de hoy alcanzan mayores niveles educativos, son menos propensos a los embarazos no deseados (aunque no lo parezca, se tienen menos relaciones sexuales a edades tempranas que antes) y a consumir drogas, tienden a tender menos accidentes por imprudencias, etc. que generaciones anteriores, según Candice Odgers, una psicóloga de la Universidad de California a la que entrevistaban en The New York Times. Decrece también el consumo de tabaco y alcohol, llegando en los estudiantes de secundaria a los niveles más bajos de los últimos 30 años. Y aunque ha aumentado el vapeo de nicotina y marihuana en los últimos años, la pandemia y el confinamiento lo han llevado a mínimos.
La otra cara de la moneda, la generación migaja: decepción y depresión
Lo adelantábamos también hace unos años y lo resumíamos en un artículo reciente sobre la generación migaja. Pego un párrafo porque creo que anticipa en gran medida el contexto para la depresión actual:
Los anteriores prosumidores, blogueros, en redes… los nuevos informadores ciudadanos de aquel periodismo 3.0, diversos, independientes, críticos, aportando las opiniones minoritarias que necesitábamos han degenerado, podríamos decir, en los actuales “influencers”. Los hemos denominado recientemente aquí “trashtubers”, soldados en la batalla por los subscriptores, por el morbo, por dar la nota en la mayor medida posible, frecuentemente auto-inmolados tras la calderilla que les ofrecen plataformas con un inmenso afán de lucro y pocos principios, como Youtube.
Youtube… plataforma supuestamente meritocrática y supuesto espejo de la cultura popular que resultó ser finalmente un mundo de divinización de unos nuevos referentes, pocos, menos maduros, más superficiales, absurdos… con los que aborregar de nuevo a unos jóvenes que llevaban unos años dudando demasiado de lo establecido, que ponían en riesgo modelos de negocio y sistemas políticos, que resultaban en definitiva, peligrosos para quienes aún ostentaban y han reforzado durante los últimos años un poder intocable (recomiendo buscar el concepto “El fin de la historia” referido al capitalismo como único sistema posible).
En un extremo, los jóvenes tremendamente exitosos de los que hablábamos, en algunos casos de forma merecida pero en otros, fruto de un pelotazo momentáneo que ya no es posible (léase criptomonedas) o de un éxito como influencers derivado de una primera coyuntura favorable que ahora resulta mucho más inasequible. Todo ello en época de redes, unas redes en las que puedes asomarte, en las que es imposible incluso dejar de exponerte al éxito de los demás pero en las que, hoy, sin dinero para publicidad, es muy difícil llegar a monetizar cualquier cosa (todos con voz, el dinero como altavoz, escribíamos), lleva a los jóvenes que nos ocupan al extremo contrario, a la otra cara de la moneda, la de la depresión.
Así, el 20,8% de los adolescentes españoles de 10 a 19 años sufre algún tipo de problema mental, siendo España el país europeo con mayor prevalencia de alguna de estas patologías diagnosticadas en menores, según el análisis europeo de la publicación de Unicef “Estado Mundial de la Infancia”. El suicidio se ha convertido en la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años, la primera entre los varones de esa edad.
Es similar en EEUU, donde las amenazas en salud pública que veíamos que vamos superando (el alcoholismo, conducir en estado de ebriedad, los embarazos adolescentes y el tabaquismo) van dejando lugar al creciente problema de los trastornos de salud mental. Y el tema no empieza (aunque empeora) con la pandemia: en 2019, el 13 por ciento de los adolescentes declaró haber tenido un episodio depresivo grave, un aumento del 60 por ciento desde 2007. Aumentan también los casos de ansiedad, trastornos del estado de ánimo y autolesiones. Y finalmente, de suicidio: entre 2001 y 2019, la tasa de suicidio de los jóvenes estadounidenses de 10 a 19 años se disparó un 40 por ciento, y las visitas a urgencias por autolesiones aumentaron un 88 por ciento.
La soledad en lo virtual
No hay demasiada investigación que explique el tema, aunque se repiten en lo que he ido leyendo, las sospechas de siempre hacia la conectividad y las pantallas. En este sentido, algunos adolescentes parecen ser más vulnerables que otros a los efectos del tiempo de exposición a lo digital, restando horas a cosas tan saludables, desde el punto de vista de la salud mental, como el sueño, el ejercicio físico (antidepresivo contrastado en múltiples estudios) y el contacto físico, la socialización en persona, con otros jóvenes, que puede sustituirse solo en parte en versión digital. La soledad, en este sentido, a pesar de que las tecnologías permiten en situaciones extremas de aislamiento aligerarla (siempre he defendido internet para perfiles introvertidos que desarrollan expectativas de éxito en las relaciones reales basándose en las virtuales), se cita a menudo, mostrando la importancia del contacto, el soporte emocional que solo la presencialidad puede proporcionar.
Todo ello añadido a que mostramos lo mejor de nosotros mismos, nuestros momentos más divertidos y felices en redes. No es malo que queramos compartir todo ello pero resulta inevitable que todo ello intensifique los sentimientos de tristeza de quien puede compararse y sentirse, detrás de la pantalla, aún más solo.
La brecha en el procesamiento de la información
También por culpa, en parte de las redes sociales, en parte de la pandemia y la avalancha de realidad que ya supuesto para todos/as, los jóvenes maduran antes. Según los estudios, la edad de inicio de la pubertad ha descendido para las chicas, pasando de los 14 años en 1990 a los 12 años en la actualidad (dato similar en los chicos). Al llegar la pubertad, el cerebro se vuelve hipersensible a la información social y jerárquica, a la vez que los medios de comunicación lo inundan de oportunidades para explorar la propia identidad y medir su autoestima. La edad cada vez menor en que los chicos alcanzan la pubertad, dijo, ha creado una “brecha creciente” entre la estimulación recibida y la capacidad de procesamiento del cerebro joven: “Están expuestos a este diluvio a una edad mucho más temprana”, según Laurence Steinberg, psicólogo de la Universidad de Temple, que afirma que la capacidad de enfrentarse con madurez a las preguntas resultantes —¿Quién soy? ¿Quiénes son mis amigos? ¿Dónde encajo?— suele quedar rezagada, según un artículo en el NYT.
Normalización de la cuestión de la salud mental
Añadiría también como causa simple el tema de la “salida del armario” que se ha producido en estos temas desde la explosión de síntomas y síndromes de estrés postraumático que la pandemia ha generado. No se tiene tanto miedo a ser estigmatizado por no sentirse mentalmente bien, se busca ayuda con mayor facilidad y los padres, sobre todo, han disminuido los prejuicios que antes evitaban que se enviara a los hijos a terapia.
A todo ello añado la mayor transparencia, autenticidad, falta de complejos a la hora de hablar de este tipo de cuestiones, que también destaco siempre como característica esencial y muy positiva, provocada también por la explosión de identidades en internet, en los jóvenes de hoy.
Creo, finalmente, que debemos mirar más en profundidad al fenómeno porque vuelve a ser reflejo de las sociedades disfuncionales que habitamos. La realidad está cada día más rota….
Vivían, antes de la pandemia, en una sociedad perfecta para ser jóvenes. Eso terminó con el confinamiento y los mayores no cedemos (porque también necesitamos recuperar algo de la seguridad que tuvimos) nuestro lugar. No hay lugar donde refugiarse que no sean los videojuegos o la precariedad, eso sí, asomados a una ventana permanente, la de los youtubers, streamers, influencers más exitosos que son hoy, o gente que aprovechó un primer momento o los hijos/as de las celebrities de siempre, cuando no vendehumos estafadores que viven de las migajas que la gran mayoría conserva para sobrevivir. Unos pocos, los afortunados que se salvan de estas estadísticas, salen a la realidad de trabajo constante y esfuerzo, quedándose sin tiempo para seguir resbalando hacia una cima que nunca llegará.
En fin… seguiremos trabajando para cambiar todo ello.
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