Lo sabéis: Assange no es, a pesar de las votaciones de la gente, el personaje del año de la revista Time, un indicio más de que “la mano oculta” que desprecia Wikileaks es más grande y poderosa de lo que en algún momento pudimos pensar. Hoy en España no andamos mejor…. y se vota una ley anacrónica, que pretende poner fin a muchas otras libertades.
Ni los políticos representan al pueblo, ni Times representa al pueblo, ni sabemos muy bien ya, si lo pensamos profundamente, bajo qué tipo de totalitarismo vivimos. Y es que mientras en Internet han estado unos cuantos locos, frikis, desubicados, jugando a ser periodistas, escritores, músicos, etc… y llenando a la vez los bolsillos de unas cuantas marcas al uso (llámense Facebook, Amazon, Paypal, Mastercard, Apple, Microsoft, Google y tantas otras), no ha habido demasiado problema. Pero ahora que asoma la sociedad postdigital, la que es permeable a lo que sucede en la red, la que a través de las mismas marcas y el mismo sistema de enriquecimiento de unos pocos, ha puesto en los bolsillos de los ciudadanos armas de destrucción masiva de secretos, de artimañas para cubrir delitos, de muchas cuestiones consideradas intocables, la cosa cambia.
Con Wikileaks como colofón de muchas otras cosas, creo que hay algo importante que si no está ocurriendo ya, está a punto de ocurrir: la sociedad postdigital es la sociedad 2.0. Horizontalización de las relaciones, ciudadanos amateur empoderados dando pulso a la información, marcando tendencias, escaparate a la diversidad, sociedad de la participación, de la transparencia, son algunos de los matices con que la revolución digital tiñe esta sociedad-red.
Sociedad 2.0
Nos ocupa hoy la que podría ser la característica fundamental del cambio que vivimos: la cultura de compartir que identificaba Lessig, como filosofía nacida en internet pero que empieza a dar forma a comportamientos e ideologías fuera de la red.
Del consumidor al prosumidor, del productor activo de información, conocimiento, a un individuo que cuando consume, ya no sabe hacerlo de espaldas a su círculo social, que se ha convertido ya en consumidor colaborativo.
La Innovación social es, en este sentido, la forma más importante de innovación hoy, la P2P, la revolución más importante de las que vivimos. Y ello, según el libro What´s mine is yours, the rise of collaborative consumption, por algunos motivos básicos:
-La importancia renovada de lo que significa comunidad, el resurgir de viejas (la “comuna”, en cierto modo) y la emergencia de nuevas “formas de estar juntos” a través de las denominadas arquitecturas de la participación, las redes sociables de las que hablábamos hace poco, las redes P2P en tiempo real, etc…
-La presión de urgencias medioambientales no resueltas, la sostenibilidad o necesidad de frenar un consumo imposible de mantener para toda la humanidad por demasiado tiempo más.
-La crisis económica, que obliga a replantear cuestiones, a reinventarnos como individuos, cultura y sociedad.
Dicho de otro modo, si compartir siempre ha dependido de una red, ahora que “la red” ha redefinido su alcance, significado y posibilidades gracias a internet, las oportunidades y ventajas de hacerlo aumentan enormemente. Cuando eliminamos, por ejemplo, los costes de transacción, de organizar la colaboración, compartir se convierte en un comportamiento altamente competitivo, el nuevo poder, como diría el gran Clay Shirky, de la organización sin organizaciones.
Reinventando elementos básicos: de la propiedad al acceso, a las experiencias, al sentimiento de comunidad
Nadamos en el sinsentido: el 80% de las cosas que tenemos es usado menos de una vez al mes. Urge evolucionar desde una sociedad neofílica, con unos bienes preprogramados para no durar mucho, necesitada de créditos para seguir el trepidante ritmo de lo “cool”, de lo nuevo. Debemos aprovechar la oportunidad que nos presta la emergencia de un ecosistema de conectvidad permanente que facilita disponer de bienes o servicios sin necesidad de adquirirlos.
Es hora de poner en marcha la inteligencia colectiva para ver cómo hacer que los productos y servicios compartidos sean más atractivos que la propiedad. Diría Kevin Kelly, en el mismo sentido, que el acceso es mejor que la propiedad: no queremos las cosas sino las experiencias que las cosas pueden proporcionarnos. En el mismo sentido se pronunciaría Jeremy Rifkin, en The age of access, con su idea de que la propiedad privada estará pasada de moda en 25 años.
Citan en Collaborative Consumption (Rogers y Botsman, 2010) a Bill Ford, presidente de la compañía del mismo nombre, que reconocía lo siguiente sin temor en una entrevista en 2009: “El futuro del transporte será una mezcla entre Zipcar (servicio para compartir coches privados), transporte público y coche privado.”
Surgen distintas propuestas, de entre las cuales destaca el resurgir de las economías del intercambio, del trueque, propias de ámbitos locales y primitivos. Pueden ser múltiples y estar en diversos lugares las cosas que necesitamos, además de que es probable que el actual propietario del bien o servicio que necesitamos, no necesite o desee nada de lo que podamos ofrecerle en un momento determinado. Es lo que algunos sociólogos han llamado la dificultad de la coincidencia de necesidades, más grave, en mi opinión, en las sociedades modernas, que las multiplican.
¿Pero qué ocurre si aplicamos las teorías de la larga cola de Anderson también al trueque? Internet funciona como banco común para el intercambio de las más diversas necesidades (tiempo por dinero, banco de la felicidad en Estonia. moneda virtual VEN, son algunos notables ejemplos de iniciativas para organizar formas contemporáneas de trueque), de forma fácil. Se trasladan incluso las teorías de redes sociales (6 grados separación) a los items que se pueden intercambiar, existiendo cosas tan sorprendentes como Swaptree, combinado explosivo entre la tecnología de recomendación de amazon y la ideología de freecycle.
Es, otra vez, el poder de la organización sin organizaciones, que podemos trasladar incluso a lo que en muchos sentidos es la institución por excelencia: el dinero. Existen ya, en este sentido, ejemplos de Bancos sociales, comunidades para solicitar y dar créditos, como Zopa (al 0,65% de interés), en los que prestamistas y necesitados de préstamo se encuentran de forma independiente de la institución bancaria. Representan ya el 10% del mercado de préstamos personales en EEUU en 2010.
Otros ejemplos concretos citados en el libro de Rogers y Botsman (2010) son Zipcar, Airbnb (viajes P2P), Freecycle (de intercambio, regalo, de cosas que nos sobran a quienes puedan necesitarlas), Landshare (intercambio de cultivos de verduras y tierras para hacerlos), servicios de intercambio de ropa para adolescentes, intercambio de juguetes para niños, coworking o puestos de trabajo compartidos, couchsurfing (alojamiento peer to peer), los conocidos servicios de bicing, intercambio de cajas, etc…
Neurobiología de “compartir”
También lo hemos dicho ya, la investigación neurobiológica indica que compartir es natural. Cuando niños de solo 14 meses ven a un adulto (incluso si lo acaban de conocer) que necesita que se le abra una puerta porque tiene las manos ocupadas, intentarán ayudarle. Al año, un niño apuntará con el dedo objetos que el adulto simula haber perdido. Si dejamos, por último, caer un objeto ante un niño de dos años, lo recogerá para nosotros y nos lo ofrecerá.
Lo indican las investigaciones de Tomasello en Why we cooperate: empatía o cooperación pueden ser naturales, no aprendidas ni surgidas para obtener determinadas recompensas. Ocurre sin embargo que a los tres años el niño empieza a adherirse a normas sociales, moldeadas por una cultura hiperindividualista. Somos parecidos desde entonces a lo que afirma Axelrod en “La evolución de la cooperación”: tememos la “sombra del futuro”, cooperamos por miedo al futuro porque sabemos que si no lo hacemos así y otra vez desde un sentido social de la reciprocidad universal y primigenio, los demás no cooperarán con nosotros después.
Igualmente, somos proclives al intercambio: dar cosas en servicios como freecycle nos produce un placer similar a comprarlas y es también natural en niños. Como demuestran múltiples experimentos en psicología social, niños, adultos e incluso primates, no solo sabemos intuitivamente lo que es justo y lo que no, sino que sentimos una aversión natural hacia la desigualdad, el desequilibrio, la injusticia.
Algo ha cambiado entorno a la tragedia de lo común, la conocida en el ámbito anglosajón “tragedia del commons” que según Hardin significa que la explotación compartida tiende a provocar el egoísmo, la ambición, la ruina de todos/as. Y es que el tema, en el mundo de los bits, de naturaleza libre, infinitamente reproducibles y no desgastables, como reconoce Ostrom, el tema es completamente distinto.
Así, el alguna vez denominado Sharismo, la cultura de los bienes compartidos, parece un cambio cultural tremendamente actual y directamente observable en algunos productos de la creatividad juvenil, como veíamos al hablar del “fenómeno Lipdubs.”
Además, parece que van tomando, como siempre recuerdo en charlas, las riendas de una sociedad con mucho conocimiento a su alcance pero pocos rumbos definidos.
Lo demuestra una encuesta en el Usa Today: el 61% de los jóvenes de 13 a 25 años se siente personalmente responsable de cambiar el mundo. Y no es algo que se quede en el volátil ámbito de las ideas, con cifras como el 81% que han sido voluntarios alguna vez o un 83% que considera la responsabilidad social o medioambiental de las compañías a la hora de tomar decisiones de compra o valoración de la calidad de productos o servicios.
Así, podemos afirmar que la generación “me” está siendo sustituida por la generación “we”, con valores mucho más allá de lo material. Ejemplo vivo de ello es Chris Hugues, ex directivo de Facebook y responsable de la campaña Obama en Redes sociales, creando en la actualidad, como demostración de que el dinero no da, por si solo, la felicidad, Jumo,la alternativa social activista a Facebook que tanto está dando que hablar.
Finalmente no creo, si se cumplen en internet las hipótesis sobre influencia social de Robert Cialdini, que el fenómeno tenga marcha atrás, cuando diversas investigaciones sociales muestran cómo la información acerca de lo que hacen los demás es un argumento mucho más convincente que la presíón social. Sea por la influencia de los universos informacionales definidos por nuestras redes de contactos, la emergencia de la cultura compartida de la que hablaba Lawrence Lessig o los diversos motivos que hemos ido analizando, parece que es el momento, volviendo a Rogers y Botsman (2010), ahora que son muchas las opciones, de seguir eligiendo “más” o cambiar radicalmente de opción y elegir “mejor”. Los jóvenes parecen tenerlo claro….
Cada vez más tú, cada vez más yo, cada vez más Nosotros:
Parafraseo al gran Sabina cuando definía magistralmente el desamor: “y cada vez más tú y cada vez más yo sin nada de nosotros”. Ocurre con la Sociedad 2.o todo lo contrario, resultando una sociedad cada día más empática.
Dice Kevin Kelly en su último libro (What technology wants) que si la regla de oro de la moralidad es comportarse con los demás de la misma forma que nos gustaría que los demás se comportasen contigo y estamos expandiendo con las tecnologías la noción de “los otros” mucho más allá de la proximidad física, del ámbito local, eso significa mayor desarrollo moral. Estaríamos hablando de la sexta etapa en la teoría del desarrollo moral de Kohlberg a la que quizás le faltaba cierta coherencia en el aspecto de la universalidad. También de la necesidad de “confiar en extraños”, como comportamiento avanzado y pre-requisito de la Innovación social en las redes digitales distribuidas que plantean Rogers y Botsman (2010).
Vivimos, en definitiva, en un “We” cada vez más amplio, globalizado, casi universal en las redes sociales, en las que las relaciones son mucho más variadas, sutiles y creo que elaboradas, un mundo en el que las leyes universales de la reciprocidad son quizás más indirectas pero siguen más vivas que nunca.
Esperemos que se generalicen el tipo de plataformas que hemos ido enumerando, porque más allá del servicio concreto que prestan, logran un objetivo secundario, revulsivo para el cambio de muchos aspectos urgentes en la sociedad postdigital: el de construir comunidad.
Vivimos en un mundo cada vez más conectado en el que lo que es bueno para el individuo (la misma alegría, dirían Fowler y Christakis, que se contagia a través de las redes) es bueno para todos, sociedad postdigital en la que somos “cada vez más tú, cada vez más yo”, cada vez más grandes, cada vez más Nosotros.
Imagen 1: Jens Rydén
Imagen 2: Juan Genovés, cartel Escuela de Verano 2010 UIMP.
Me ha encantado el artículo lo comparto con mucho gusto ;-)
Hola, tengo 20 años y soy estudiante de Sociología. Descubrí el blog hace un mes, es fantástico. Todavía no había dejado ningún comentario pero este post me ha dejado roto. Bravo. Gracias por este tipo de contenidos.
Me encanta el planteamiento y la visión positiva del desarrollo social y de la juventud que siempre trasmites. Lo comparto y aporvecho para mandarte un abrazo desde Gijón
Dolors!
como siempre tu genial,
excelente post!!! gracias por tu análisis y por compartirlo!
Vero
Una de las entradas más claras sobre lo que vislumbra la sociedad como bien dices postdigital, gracias y que tengas felices fiestas.
Que gusto da leer ideas sopesadas, digeridas y bien planteadas. Definitivamente el modelo colaborativo debe reinar en la horizontalidad de la comunicación en la actualidad. Muchísimas gracias por tomar distancia de las redes sociales desde TODO su espectro para esbozar los pro y los contra.
Salut
Gracias, por publicar, compartir y, también a los que comentan. Qué pasaría si nos unimos en acciones concretas de donación de nuestros talentos? eso quedo resonando en mi.
Desde Argentina Patricia
Querida Dolors, me ha encantado este post y comparto totalmente la felicidad que subyace en esta filosofía que nos hace más humanos.